Callate y seguí nadando.

 

 

Para hacer un balance del año  quizás les sirva esta hermosa narración anónima. A todos y para todos con quién compartí el año, en especial a Bianca.

 

Qué bien nos hace recordar que donde el hombre guarda su tesoro ahí mismo encierra su corazón.

La alegría como el entusiasmo son estados internos irradiantes, no se puede ocultar. La alegría es como la tos, se exterioriza. El entusiasmo se hace manifiesto en las acciones, es palpable; brota de un sentimiento profundo de exaltación; significa por etimología, en theus, Dios adentro.

La confianza en uno mismo tiene un poder incalculable en la vida; genera una visión amplia y positiva de todas las oportunidades. Por el contrario el pesimismo debilita las alternativas que ofrece una situación y consigue que los fracasos que imaginamos nos visiten.

El optimismo convoca a la alegría y al entusiasmo; el pesimismo invita al lamento y a la depresión.

Si por cualquier motivo una persona cae en un pozo, no es conveniente tirarse adentro para sacarlo, se juntarían dos con la necesidad de salir. Alguien puede ayudar cuando pisa firme y está fuera de la oscuridad.

Todavía suelen verse por las rutas, esos tarros grandes, metálicos, de los tambos, relucientes y abollados. En uno de ellos, hace un tiempo, cayeron dos ratitas, buenas nadadoras. El tarro abierto estaba lleno de leche hasta la mitad diría un  optimista, o medio vacío corregiría un pesimista.

Lo cierto, es que las dos ratitas para salvarse comenzaron a nadar con muy buen estilo.

Una de ellas se sintió muy mal. Empezó rápido a desesperarse. No veía ninguna posibilidad de escape. Le decía a su compañera:

-“Esto no me gusta hermana. De aquí no salimos.”

-“Callate y seguí nadando”, respondió la optimista.

-“Sí, mucho silencio, ¿y qué hacemos nadando? ¿A dónde vamos a ir?. Esto es una fatalidad, no va.”

-“Callate y seguí nadando”.

-“Sos una rata sin fundamento. ¿Qué vas a conseguir?

-“Callate y seguí nadando.”

-“Esto es ridículo. Es gastarse inútilmente. No, no, no….”

-“Callate y seguí nadando”.

La ratita pesimista se cansó, más que de nadar del parloteo. Se entregó a la desesperanza y desapareció de la superficie, ahogada.

La optimista siguió nadando. Tanto nadó que la leche comenzó a endurecerse por el batido, y se transformó en sólida manteca. Pegó un salto y salió del tarro.

 

 

 

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